No es curioso pensar que ya que la razón ha muerto, y que el gran proyecto de la ilustración no ha dado buenos resultados para el buen vivir, porque bueno, quizá somos animales demasiado emocionales. Si fuera cierto que la razón nos salva de la barbarie, entonces o no hay barbarie o la razón no funciona, o funciona como estamento de esa misma barbarie que dice criticar. Esta última sería una explicación más honesta y quizá una broma con más sentido, con más carne.
A mi se me ocurre, de manera un poco maligna, que ese proyecto iluminativo será atormentado y puesto en la banca de los acusados por el propio proceso de creación automatizada de una serie de instrumentos para la vida. Desde poemas escritos por robots no antropomórficos hasta decisiones fundamentales para la vida colectiva de la raza humana, tomadas por funciones computacionales a toda velocidad.
Ya es de conocimiento general que las plataformas de ventas de artículos saben más de nosotros que lo que nosotros mismos contemplamos en nuestras vidas. Con proyectos y psicología del consumidor ya se percibe y hasta se sabe qué paso daremos en el futuro cercano en cierto contexto. Te recomiendan libros, novias, artículos, viajes y formas de morir.
A mi parece particularmente útil dejar de la lado el aparato racional humano que menos funciones ha proveído al bienestar. Puesto que somos tribales, hacemos correspondencias directas con la gente que tenemos más cerca y eso compone nuestro universo de opciones afectivas y de dinámica social.
Así pues, vista la razón y el proyecto de la gran ilustración como un todo mastodóntico, dejamos de lado aspectos que quizá asociamos al proceso racional, aunque quizá sea más la química la que dictamine nuestros comportamientos, y no el análisis de categorías filosóficas. Esos procesos químicos nos dan la fe o el discurso, nos dan el amor y la guerra, para luego convencemos de ello.
Entonces la nueva ilustración será quitarle la cabeza al racionalismo humano, dejándole paso al funcionalismo maquinista. ¡Y de ahí a engordar!