Entrar en el universo de formas de la artista australiana Patricia Piccinini es colocarse frente a un espejo que muestra ángulos de nuestras percepciones que quizá no queramos ver de manera detenida. La belleza deviene múltiple, tanto que corroe nuestras preconcepciones del amor entre especies.
La exibición tiene como epicentro temático al amor. Ya enmarcado el tema, se le desprenden asombrosos detalles y ambientes, en donde habitan criaturas estéticamente grotezcas teniendo experiencias de amor ágape.
Cuando digo forma, en realidad quisiera decir entidades vivas, algunas veces inanimadas, que quizá se autoalimentan de sus propias heces fecales (si las tienen), debido a su anatomía retorcida, o quizá comen de sus propias carnes, que se develan de silicona. No lo sé, a veces es difícil estar frente a un ente y no saber exactamente que hace ahí y por qué tiene ese aspecto a algo que no logramos asociar cabalmente.
Esta exposición es una buena nutriente para alimentar las dudas sobre la normalidad, y la configuración que le damos a todo aquello que nombramos como normal en el tiempo-espacio, en donde nuestra materia se desplaza sin ninguna escencia que proteger más que el cambio constante y la mixtura entre especies. Sí, Darwin tenía razón, no hay esencia sino cambio. La identidad de cualquier tipo parece más un tema ideológico que algo real-verdadero.
Arken es un museo de arte contemporáneo en Dinamarca que exibe materiales de gran calidad estética. No es la primera vez que lo visito y entiendo que no será la última. Creo que merece la pena acercarse a estas otras locuras, que al final van siendo necesarias para generar narraciones interesantes en nuestro universo sensorial de individuos vertidos en un armatoste colectivo, pretendidamente unitario, llamado sociedad.