Anatomía de una silla

Su cuerpo, sus venas de alambre, la cobertura a capas de metal y cueros; una silla, elemento material compañero de la reflexión. Veo este esqueleto de la cosa descrita y no puedo evitar pensar cuánta gente volará sentada ahí, en lo que ahora es un embrión de mueble, acompañante de los firmamentos más amplios y multicolor de la mente y el espíritu. Tan simple la silla y tan profunda su función.

De sus pieles se desprende un olor al que se le suma el del invierno, el del café, el de la lluvia, el del libro en la mano, la mano misma, un niño sentado en las piernas de su padre, la novia en la piernas de su amante. Y la silla sigue siendo simple en su profundidad. Ni siquiera sospecha la vitalidad que sus actos inmóviles imprimen en la realidad cotidiana.

El artesano que la talla es un mago. La va formando a lapsos de sueño y lucidez. Quizá sean semanas para el martillazo final, quizá sea una máquina de la fábrica IKEA, quien con una sensibilidad minimal crea magos de cuatro patas y descansadores de brazos. La silla que veo parece un haiku, en el sentido del hermetismo y de su expresión tranquila, dentro del gran almacén, que en este caso haría las veces de un bosque multiforme. Ahí me encuentro yo con ese duende martillado y hecho de formas solemnes y sensuales. Luego veo la etiqueta donde aparece el precio de tanta poesía material, y me veo forzado a volver a casa  escribir esta carta a la melancolía.