La mañana se despierta con un llanto lluvioso. El cielo está triste este día, porque él había pensado que la semana sería soleada, sin darse cuenta de los aconteceres climáticos más allá de la proyección digital. El sonido de la alarma atormenta la mañana, haciéndole saltar de la comodidad, para entrar al mundo digital y ensamblarse al multiverso de nuestro tiempo. Es posible que no es si no en los sueños, y en sus respectivas dimensiones, donde se aúnan los hechos de la realidad no percibida.
Una vez conectadas todas psicologías, el día empieza su flujo informático. Este hombre ya empieza a sentir su soledad colectiva con una ansia aterradora, tomando el café que queda, y se dirige a la tienda online para hacer el pedido, que llegará por la tarde, en manos de un ser análogo, con pretensión cyborg con todo el complejo de tecnologías a su disposición para realizar los pedidos: GPS, teléfono, hojas de ruta, pedidos, timbres, bocinas, frenos, su misma psique, y el cerebro, elemento equilibrador del corpus homo sapiens. Así, de semi máquina a semi máquina, el Protocyborg expedidor tocará la puerta y hará la entrega, sin ver a los ojos de su interlocutor. El cliente dirá, casi en código binario, como siempre lo hace: —¡Gracias. Feliz tarde!
Habla con su mujer entre el bostezo del aburrimiento y su soledad a punto de ser absoluta. La mujer, tan igual a él, con diferencia del sexo femenino preprogramado, responde con su mirada, diciéndole lo mucho que le aman y lo insoportable que es la vida ahora, metidos en todas estas realidades, a las cuales aún no se les saca completo provecho. —Hace mucho que no nos da el sol— dice ella. Él hombre no se inmuta y piensa en la idea del sol y en el sistema planetario. Luego piensa en los átomos y sus órbitas. [Solo piensa…]
Todo flota en la lucidez de la luz mañanera. Todo parece tan real, que hasta el discurso de un político populista suena correcto, verdadero y mesiánico. Piensa en los cristos que cada tiempo engendra y toma su café a sorbos, mientras se enfría un poco. La mujer sigue diciendo cosas que él no comprende muy bien, porque las cosas de bebés no son de su importancia. Le interesa el acto generador, los más primitivo de las relaciones animales: el sexo. Piensa que el niño está vigoroso y que se parecerá mucho a los dos. Piensa que en su condición de cuasi máquina casi no se tiene buen sexo. Solo piensa…
—Me gusta mucho la luz azul de escandinavia— sugiere la mujer, mientras él ve por la ventana, que en efecto, la luz aquí es como más azul. Podría combinar bien si la pared fuera blanca, como en efecto lo es, y que en efecto, combina muy bien, pero hasta ahora no se había dado cuenta del factum. No dice más, para sí, que sus pensamientos, otra vez…
Se visten, preparan al niño. Todos salen a la aventura tetradimensional. Quedan en comunicarse por vía digital durante el día, en caso de que la cuarta dimensión, el tiempo, les brinde la oportunidad. Levantan una de las manos y exclaman —¡Chao, chao!.