Foto de portada: Princesa Leia con un mensaje desde el futuro. (Star Wars)
No soy teórico de la tristeza, pero siento que la comprendo. O quizá, que la voy comprendiendo. Tengo una preocupación terminal: la de recuperar algo en mi memoria que me dicte el por qué soy como mi padre. ¿Acaso fue su muerte la que me contagió para siempre de su propia personalidad, impulsada por mi propia experiencia y arrogancia de juventud?
Recuerdo a mi padre, sentado, solo. Lo recuerdo caminando, solo. A veces hablaba con alguna persona, pero yo sabía que hablaba consigo mismo. Que solo necesitaba a un interlocutor para convencerse de que no estaba loco. Mi padre era un tipo solitario, y eso me lo transmitió sin él saberlo, porque yo vivía a solas con él nuestra amistad y complicidad.
El fantasma de mi padre me está convirtiendo en él mismo. Es como si él no terminó algo y me lo ha dejado a mí de legado. Ha habido una transmutación de las almas, y el que murió en aquel entonces fui yo, y él quedó vivo en mí. Mi mujer se pregunta si no estoy viviendo la vida de mi padre. Ese cuestionamiento me revolvió las tripas.
Ahora busco un exorcismo. Creo que puede ser una lágrima con otra yuxtapuesta, y que en su conjunto logren generar un caudal mágico, que inunde los vacíos que hay mí, que penetren las grietas abiertas en la geografía emocional en reconstrucción. Y que esas aguas sean, entonces, un caudal de vida, donde se generen especies marinas, que naden por todos lados hasta llegar al fondo de los océanos más recónditos de la melancolía, y encontrar a todas las bestias que habitaban en aquel hombre pulcro y pecador que fue mi padre y hoy yo, mi fantasma, el hombre que me contiene y le contengo. He ahí la experiencia paterna.
Epitáfio personal:
¡Oh, gozo de la locura de ultratumba, haz de este pobre muerto, frío y circunspecto hombre un ser bueno!