La forma en que se construye un abrazo contiene en sí una serie de sugerentes fenómenos. Pensemos, por ejemplo, en el aspecto mecánico de los cuerpos a punto del choque. Haciendo cálculos con física de colisiones podemos determinar la fuerza de esa acción y cuánto impacto ha recibido el corazón en el movimiento. Trazando los vectores de fuerza, podemos también saber si los cuerpos caen hacia posición horizontal o se mantienen verticales.
Otro aspecto interesante es la historia que ha fundado el movimiento original, aquel que imprimió el ímpetu esencial en los espíritus, que usando sus cuerpos contenedores, instalados en el espacio circundante se muestran amor. Los cuerpos en estado estático tienden a quedarse sin movimiento, mientras que los cuerpos en movimiento tienden a moverse. Al menos eso dice la física clásica. Aunque ya estamos hablando de un escenario completamente idealista, esta idea apoya la construcción de ese edificio emocional que nombramos como “abrazo”.
A dicha arquitectura habría que sobre ponerle un marco teórico sobre el amor. Sea esta la postura de Platón o la de Erich Fromm al respecto del amor y sus categorías, no tenemos otra salida que considerar las variantes, puesto que una casa de campo no es lo mismo que una casa urbana, pero hay elementos comunes en ambos ensambles, tales como los cimientos o el techo, que tienen que soportan la lluvia y el viento.
El abrazo es una expresión de afecto en diferentes dimensiones. Besar requiere el abrazo, pero no lo contrario. El orden de los factores son determinantes según el nivel de amor del que tratemos. Algunos abrazos conllevan el engranaje de los cuerpos, conformando una unión de tipo sensorial, donde se mezcla la psique y los fluidos corporales.
Sea el nivel que sea, la arquitectura de un abrazo es una ciencia exacta compuesta por el maravilloso mundo de los afectos.