La violencia vive inserta en una esquina oscura. Bajo el sol del día la guerra sucia engorda. Dentro del vidrio de la realidad hay un ser humano encarcelado, porque adolece de ideas que justifican su existencia sin mayor sentido. En su mente hay dogmas y dominios esotéricos. Un ser humano es la barbarie y la dulcificación de las maneras, el silencio y las proclamas.
La mentira, me parece, existe no solo como aspecto psicológico interesante, que permite convencer y convencerse de que una realidad tiene distintas posibilidades al mismo tiempo, sino como instrumento productor de imaginaciones, algunas veces muy peligrosas y otras veces protectivas.
La muerte es la única salida que busca el ser humano totalitario. La muerte del otro, para salvar su propia verdad. Esa es la única totalidad creíble para la barbarie dulcificada de nuestra actualidad, de nuestro siglo XXI, que a su vez dejó atrás otros siglos igual de violentos, aunque las estadísticas nos den noticias de cuánto hemos avanzado en materia de odio.
La furia es una síntesis de sentimientos históricos, historia que a su vez es mitología; es la contención de la pulsión de muerte, de la capacidad de violentar y eliminar al otro; es el amor total a uno mismo y sus convicciones. El bárbaro furioso está pleno y en su máxima condición de gozo. Está listo para acelerar el proceso de caída de lo que hoy conocemos como humanidad.
Éste es, quizá, el resumen más corto que he podido elaborar de un ejercicio sobre la furia.