En una hora se va el sol: -Memorias de un dagpendler-

Lea usted las Memorias de un dagpendler para aliviar su corazón de hipocresía. Los relatos de Juan Carlos Gómez desnudan la levedad enfermiza de la sociedad digital, esa que disciplina trenes hacia el trabajo rutinario mientras alivia las cabezas con cerveza y celular. Son páginas de un pata de chucho, viajero de almas, huehueteco tirado con onda a la gélida tierra de ultramar. Camina el dagpendler sin sosiego entre cuerpos, calles, sudores y recuerdos sucesivos, simultáneos, obsesivos de la sangre que se esconde en el planeta, en la impoluta Noruega y en Guatemala de la paz. “Violencia en la calle, violencia en la tv, la misma tv se pregunta de dónde sale tanta violencia. Ni hablar de la red.”

“No es cierto que uno viva en algún lugar. Se vive en todos lados y en ninguno a la vez.” Personaje itinerante favorito de sí mismo, Juan Carlos mastica humores entre espacios a la deriva, excéntricos, mordaces, banales, esotéricos y en ellos atrapa vibrante un lenguaje en movimiento, kinestésico, como un lobo feroz con ojos muy abiertos y orejas bien paradas, para enredarse entre los flujos de una realidad a la que no le encuentra sentido o siente que su sentido apesta. Por eso mismo, presa de embriaguez, aturdimientos y pesadillas, entre pulsiones de Dalí, Buñuel y el Ché, estos relatos dan la sensación de rasgadura de navaja. Su voz amarga trasmuta recurrente al margen, como una araña que cuida de no disolverse entre los venenosos hilos de su propia trama. “No tengo una roca donde rebote el eco de mi grito.”

“Comprobar que en mi lapso vital se acaba la vida en el planeta.” Es allí donde escuchamos al poeta. Hundido, perdido, por el retorno al silencio de sus torres de babel, Juan Carlos Gómez grita lo que no se ve. Entonces se siente su ternura. Viven los pájaros y las florecillas. Se huele el amor al mar y el amor a la vida. Lea usted las Memorias de un dagpendler y verá cómo “el diamante se da cuenta de que su eternidad es de carbón.”

Tania Palencia Prado